Querida
ausencia de ti, estoy algo cansada de ti. No hay día que algo de esa nada surja
para volver a recordarme tu presencia: el puto olor de tu colonia (aunque
sinceramente ya no sé ni qué colonia es la que huelo en el viento que me hace
girarme), un anécdota ajena que me hace recordar alguna de tantas nuestras, o
cuando simplemente te nombro en una conversación y me pregunta y quién es ése,
a lo que yo respondo algo preguntándome ¿quién fuiste?; etc…
Hay momentos en los que me levanto y puedo vivir en un mundo
donde tu ausencia sea algo positivo, y hay otros en los que no puedo evitar
llamarte hijo de la gran puta una y otra vez mentalmente cuando no puedo
dormir. Hay días en los que pienso que un café en el futuro será posible y
otros en los que ese café no sé qué significaría ni siquiera sé si quisiera
tomármelo o quisiera echártelo por encima.
Me desconexiono de todo lo que venga de ese ser que ahora
solo es el otro lado de una red social y no puedo evitar describir lo que ahora
pareces ser (porque nunca eres): un ser que tiene millones de seguidores por lo
que ya tenías cuando te conocí, ese carisma, mimetismo o simple conocimiento de galantería que te hace
ser una luz a la que toda polilla se queda pegada. Poco a poco lo que realmente
hacía que brillaras veo que desaparece, que no eres más que un parásito retroalimentado
de las consecuencias de esas ilusiones que causas en los demás, y vives en un
círculo vicioso en el que cada vez que explota repite un mecanismo en espiral
destructivo del que luego resurges, pero sin renovarte. ¿Qué gracia tiene eso?
Nunca entendí que prefieras ser un resfriado crónico, que nunca se va, con sus
mocos verdes y sus dolencias de fondo a ser una neumonía de la que salir
renovado. Algunos te llaman patético, otros cruel, a mí me da pena no ayudarte
a salvarte de ti mismo pero francamente querido te doy las gracias porque a
quien debo salvar y empeñar mis fuerzas es en recogerme del naufragio a mí, tú
no sé si tienes remedio.
Desde hace mucho no estoy bien, para nada bien. Me tomo como
un ser absurdo y sin seriedad. Ya antes no me estimaba pero es que ahora no sé
ni por dónde cogerme. De mis cimientos era el cemento pero la consistencia la
ponían otros, y sus ausencias hacen que mis pilares bailen con el más mínimo
viento. No puede seguir así, “nunca mais”.
Cosas a las que antes no le daba ni un segundo de mi importancia, ahora
pueblan mi mente cada día. Me he convertido o más bien, soy consciente de mi
necesidad de aceptación por gente que ni siquiera me agrada. Mi susceptibilidad
hacia cualquier asunto ajeno ha crecido un 200% con el tiempo. A todo eso le
unes mi continuo miedo a ser rechazada, por eso me estanco en mis aguas y no
paro de observar cada uno de los peces de mi acuario sin poder hacer otra cosa
que zambullirme en mi propia introspección como única meta mental: he perdido
mi total capacidad de apostar por alguien… ¿cuántas veces les grite a otros mi
absoluta sensación de fraude por hacer lo mismo que yo?¿y ahora qué, me escupo
metafísicamente a mí por cometer un delito del que siempre acuse a otros por su
carácter débil? No entiendo por qué ahora le hago caso a mis cicatrices cada
vez que alguien se cruza en mi camino y mis prejuicios me impiden cruzar más de
4 palabras con alguien. Mi única alternativa al balance es la utopía, y la
fantasía nunca debería ser una alternativa real por su carácter peligroso.
Me he perdido.
Sinceramente cuando pienso en todo esto que estoy
escribiéndote me doy cuenta de que anclarme a tu ausencia es la única vía de
escape que me he labrado para no enfrentarme a mis miedos reales, a mi
presente. Para avanzar.
No sé si eres ese dolor al que recurro golpeándome una
pierna por no sentir otro dolor más profundo, crónico, al que no sé dar
solución.
O quizá esa es solo
una de las razones por la que le doy vueltas a tu ausencia, y no solo a la
tuya. Sino a todo pasado enmarañado que necesite balance.
Todo el que lea esto pensará que tengo un día penoso y me he
dejado invadir por el más absoluto carácter pesimista de los últimos tiempos,
pero no se confundan, ni mucho menos.
Aprendí a enamorarme de mí, aunque cuando se trata de uno
mismo, casi siempre no es un flechazo; requiere tiempo. Tengo muchas cosas por
las que dar gracias y por las que mi día a día es feliz, por las que me siento
viva: mi capacidad de superación, la calidad de las personas que me rodean a
las que le debo tanto y creen en mí cuando yo no apostaría ni una ficha de
póker falsa (y mi capacidad de no bajar ese listón de calidad por miedo a la
soledad física, ya que la verdadera soledad sería no ser fiel al camino y a
tener a mi lado calidad y no cantidad), mi autoconocimiento y mis agallas a
poder sentarme y conocerme sin miedo a lo que pueda pasar, y por qué no; los
huevos que le tengo a la vida.
Así que esta carta no sé muy bien que significa, la verdad.
Echo de menos muchas cosas de ti, pero no a ti. O por lo menos no al ser que
pareces ser (ya que nunca eres), sino añoro al ser de mi recuerdo, a ese que
tenía la palabra justa y perfecta a cualquier cosa, el que podía contar
cualquier cosa que no solo me sentía cómoda contándolo sino sabia que me
entendías y que tendrías un buen consejo al respecto, a esos abrazos y ese
sitio donde podía llorar sin miedo al rechazo…
La mayoría de lo que echo de menos de ti hay personas en mi
vida que también cumplían, cumplen y cumplirán esa función. Y los quiero (y
amo) por ello y por ser, que no es poco.
Autenticidad, agallas y fidelidad, es poco lo que pido.
Y tú dejaste de cumplir lo segundo cuando incumpliste lo
primero y finalmente no te quedó otra que incumplir lo último. Aún no sé por
qué, y por eso estoy escribiendo, quizá…
Quién sabe. Pero creo que no eras más que una excusa para
vomitar todas estas divagaciones y poder dar el paso siguiente.
De una vez por todas, apostar por mí para poder apostar por
el mundo después.