domingo, 11 de marzo de 2012

Reciclaje.


“No sé si es mi mejor texto, pero el más integro a lo puramente intrínseco de mi vida. De mí misma.”





“Antes mi miedo a ser políticamente correcta me cegaba en la consciencia de mi condición humana. A mi condición de ser fiel a esa humanidad intrínseca y al yo más profundamente incorrecto….ni una más.”


(……….)










Me levanto. Desayuno. Después de la típica ruta por redes sociales mañanera viajo en un mundo imaginario mientras mis neuronas llevan a cabo una acción ya involuntaria: la ruta hacia el gimnasio. Miro la tele mientras mis pies efectúan movimientos rápidos de piernas destinadas a marcar cada vez un número mayor de calorías en el rojo de la máquina y me conciencio de algo que, cuando veo el escaparate de la pastelería parece desaparecer…sino, mejor decir, que se arrincona en el fondo de un subconsciente que luego me atormentará tras haberme zampado 1€ de golosinas.
¿Qué hago esta tarde? Y se me viene a la cabeza una reciente amistad y un paseo al sol. Hablo con ella y decidimos hacer recados y dar un paseo que se convierte en horas dando vueltas y un té como broche final. Vuelvo a casa en el 33 con música atronando mis auriculares aislantes del sonido de la ciudad.
Espero que mi novia se conecte. Espero y espero. Está viendo el partido…me voy al salón. Escucho a mi familia despotricar de mi familia (lo más familiar del mundo) mientras leo en subtítulos un capítulo de CSI.



Mañana madrugo…todavía queda un capítulo interesante (¿cuál no lo es?) pero decido lo mejor para mi día siguiente y me meto en la cama. Enciendo mi luz nocturna. Le mando un mensaje a mi último pensamiento antes de que mis ojos se cierren.

10 de la mañana. Me levanto y me tomo un rápido desayuno mientras pienso en lo más cómodo para cuidar de unos 17 niños. Llego tarde pero voy a ir andando…unos minutos más allá no me detendrán del placer de ver como la ciudad un domingo a estas horas vive dormida mientras pocos la pasean. Llego y comienza la metamorfosis a chica responsable que cuida de unos niños de ambiente católico. A pesar de todo, el dsifrutar de ellos del sol y, sobre todo, de unos ojazos azules de no llega a 2 años hacen que las dos horas vuelen. Me agradecen mi trabajo y recibo mi salario. Llego tarde, me esperan a comer. Subo mientras la ciudad vive muy intensamente una huelga de banderas rojas y el puro contraste del ambiente vivido en ese colegio se difumina con el poblado en el triunfo. Allí anda el coche de mi hermano; y me meto en él: huele a pollo asado de la tienda de la esquina. La de siempre. Subimos al pueblo que me vio crecer.

Comida familiar: hace mucho que no vivía una. Año nuevo quizá. La verdad me lo pasé mejor que las últimas veces. Se nota mi nuevo trabajo y mi nueva evolución de madurez. Y los días de terapia, dicho sea de paso.

Bajamos tarde, a las 6. Ella no llegará hasta las 7 y media. Hago tareas hogareñas y se me echa el tiempo encima jugando al solitario. Me visto y corriendo llego a la estación. Nos miramos y sonreímos hasta fundirnos en un beso cariñoso y el más perfecto significado de ese amor maduro y conscientemente vivido por ambas que se nos apetece muy largo, eterno si seguimos luchando.


Paseamos. Cenamos en una cervecería que hace mucho no frecuentábamos y volvemos a casa. Cachimba y repeticiones de neox pueblan el salón de su piso hasta que nos apetece venir a mi casa.


Entonces…Vuelve a ocurrir. Una oleada conocida me golpea de nuevo: los sentimientos y pensamientos frustrados.
Ese cúmulo de “cosas que no pude responder” o quizá no supe o no tuve los cojones de plantar cara…
Toda mi caja de Pandora se abre parta albergar un nuevo pedacito de palabras nunca escritas, nunca reflejadas ante nada más que mi espejo, a veces en mi mente otras en voces de gente con la que comparto mucho más que un café. De sentimientos encontrados, enfrentados. Quizás algunos no tengan sentido después de helarlos tras un baño o un paseo metafórico por una ultracongelación a modo de análisis constructivo que no va a ninguna meta sino a la de transformar toda esa mierda en algo chiquitito que quepa en mi contenedor de basuras particular.
Sin más, lo analizo y como ya digo, lo convierto en basura manejable por mis neuronas para encerrarlo en el contenedor de basura llamado Pandora.
Toda esa mierda, supuestamente manejable, son como latidos de un corazón que en noches nostálgicas, o cuando me enfrento a otra oleada de vientos enfrentados se abre y suelta heridas cicatrizantes o abiertas que supuran al aire tras haber salido a la luz destapando el cajón de reciclaje.



Es eso, reciclaje. Siempre un puro cúmulo de cosas que nunca os dije porque no me creí capaz bajo la excusa de ser políticamente correcta transformándolos en basura que se pudre en una caja mental…





Pero, que en el fondo…solo se recicla continuamente evolucionando según la dirección del viento que la abra.














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